domingo, 18 de mayo de 2014

Ilusión de control.




Me gustaría empezar por comentar lo decepcionado que me encuentro al ver nuevamente, que incluso nosotros que pasamos por todas las penurias que esta enfermedad conlleva, seguimos sin darle la importancia que se merece, ¡luego nos lamentamos que la sociedad en general, no se implique más en la cuestión de poner un remedio!
Apenas empieza el buen tiempo, que retransmiten un partido de fútbol más o menos renombrado, que surge la mínima disculpa,… dejamos de asistir a las reuniones de grupo.
Eso sí, si más tarde surge una recaída, o la rehabilitación parece no llegar nunca, rápidamente buscamos disculpas y culpables ajenos a nosotros, en vez de pensar si nuestra forma de actuar en la comprensión de la enfermedad y su tratamiento son los correctos. Lo lamentable es que al parecer, igual que en otros años esto no ha hecho más que empezar. ¡Allá cada cual! Es posible que más tarde recojan el producto de sus actos.


Entrando ya en lo que ha sido en esta ocasión la terapia, creo que no se ha llegado a entender bien el tema de la misma. Los participantes se han centrado en cuáles son las aspiraciones e ilusiones, que tienen puestas en la asociación para conseguir una rehabilitación, cuando el tema lo que trataba era profundizar en lo peligroso que puede llegar a ser la falsa ilusión de control. Esa ilusión que lleva a pensar al ludópata que no necesita una rehabilitación tratando de salir por su cuenta y riesgo sin ayuda de nada ni de nadie, o del que cuando apenas ha comenzado una abstinencia de pocos meses, piensa que ya tiene todo controlado y que por lo tanto, aunque se relaje un poco en el cumplimiento de las medidas preventivas, no pasa nada, a fin de cuentas “ya controla” sus impulsos sobre el juego. En ocasiones esa sensación de control, lleva tanto a los enfermos como a los familiares a abandonar la asociación, pensando: “para que seguir en ella,… llevo (o lleva, si lo piensa un familiar) una temporada sin jugar, lo que indica que el problema ya no existe.”
Lo malo de este tipo de pensamientos, es que están errados de raíz; puesto que para empezar, la ludopatía no es un problema, sino una enfermedad y además, una enfermedad crónica, recurrente y progresiva. Por lo tanto una enfermedad más grave, de lo que se suele asumir por todos aquellos a quienes ya de por sí y para empezar, les cuesta entender que no es cosa de un capricho ni vicio, más o menos pasajero.

Por último y casi al final del tiempo de reunión, también hablamos de lo necesario y positivo, que es ir superando los miedos al hecho de vivir un contacto diario rodeados por el juego, aunque sin participar en él, ¿Qué quiero decir? Aprender a sentir indiferencia por el juego y no temor.
Claro que para llegar a eso, se puede hacer de diversas formas y desde muy distintos puntos de partida. Me parece que es obvia, la diferencia existente entre el ludópata que desde que empezó con su tratamiento,  nunca ha tenido una recaída, con aquel otro que haya pasado por varias, en el mismo caso podríamos poner al familiar, en cuanto a volver a empezar a confiar en su enfermo.
Yo también opino que los miedos se pueden combatir enfrentándose a ellos,… pero no siempre.
Supongo que se tendrá que diferenciar entre unos miedos y otros y las consecuencias que puede reportar tal enfrentamiento. Te caes de la bici y vuelves a montar, para demostrarte que sí puedes conseguirlo con un poco más de tesón y esfuerzo; de volverte a caer la cosa queda en poco más que un nuevo coscorrón. Caer en la ludopatía e ir a enfrentarte con la máquina,… ¡ya me contarás para qué! ¿No hemos quedado en que el ludópata nunca más podrá jugar? ¿Qué conseguirá con ese reto además de correr un riesgo innecesario? Para demostrarnos que ello es posible una compañera nos cuenta que ella, siguiendo el consejo y terapia de choque de su psiquiatra, durante sus primeros dos años de tratamiento siguió ese método, enfrentándose todos los días a la máquina que tanto daño la había causado y que la fue estupendamente,… ¡Hombre! Sin tener en cuenta, el hecho de que al cabo de esos dos años, se pegó el gran batacazo. ¡Todo un éxito de terapia, si señor! Lo que es seguro es que la psiquiatra que aconsejo tal sistema, ni dejo de dormir una sola noche, ni contrajo deudas de ningún tipo, ni tampoco volvió a quebrantar la tranquilidad de su casa con una nueva dosis de descomunales broncas y desconfianza.

Hasta pronto.

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