Tratado el 22/11/2013.
No sé si habrá sido algo casual o premeditado, pero coincide
que este tema es la antítesis del tratado el sábado pasado “sensación de
control” en donde el mismo nombre del tema ya llevaba implícito que se trataba solo
de una sensación y no de algo real, puesto que la verdad es que un ludópata es
por definición incapaz de controlar el juego y la única forma que tiene a su
alcance para no volver a caer en sus garras es alejarse de él lo más posible,
por mucho que la sociedad en que vivimos nos lo meta en todas partes y a todas horas.
Llegar a un punto en el que el juego sea indiferente para el ludópata sería lo
ideal, pero desde luego sin buscar nunca el enfrentamiento directo con él.
La seguridad en uno mismo por el contrario, se consigue
siguiendo las medidas preventivas, haciendo por lo tanto las cosas bien y
consiguiendo poco a poco, la suficiente autoconfianza para seguir avanzando con
paso firme en nuestro objetivo de rehabilitación. Pretender conseguir esa
confianza rápidamente y sin esfuerzo, es caminar a pasos agigantados hacia esa
falsa sensación de control de la que antes hablábamos.
El último tramo de la terapia lo dedicamos a un nuevo
compañero y a sus padres. Un muchacho joven y decidido, según demostró al pedir la
palabra en varias ocasiones en su primer día de terapia. Tal vez y
mira por donde, dejando ver claramente esa falsa sensación de control, que da
el desconocimiento de la realidad de esta enfermedad; sabe que tiene un problema
con el juego, pero no se ha dado cuenta que ahora tiene que cambiar muchas
cosas en su vida, para poder superarlo. Era su primer día y por lo tanto es
digamos “normal” su reacción, preocupándose más en tratar de mantener un
estatus lo más alto posible, en cuanto a manejar dinero y tiempo se refiere,
que a recomponer lo descompuesto con sus acciones desde que perdió el control
del juego. ¡Ya tendrá tiempo para ello!
Hasta pronto.
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