Tratado el 06/06/2013
En ocasiones anteriores ya hemos hablado
de la importancia de ser claros a propósito de cómo queremos vivir y como
establecer y proponer objetivos y cambios específicos. Por eso y para no
cansaros demasiado repitiendo una y otra vez mi propia opinión, en esta ocasión,
me limitaré a mostraros parte de un articulo que he encontrado en la Web “Cambiando
el rumbo”
Ahora que hemos decidido que queremos
cambiar, pero sobre todo que cambiar, ahora que nos hemos aclarado a nosotros
mismos cuáles son los aspectos a modificar para ser mejores personas, para
vivir mejor, para querernos más, llega la parte menos fácil.
No os quiero asustar o hacer que tiréis
la toalla, pero decidir cambiar algo y tener clara la dirección no es
suficiente. Se necesita HACER, ACTUAR. Pasar de las ideas a la acción, de las
palabras a los hechos. Y como en todas las cosas importantes de nuestra vida,
no será un camino de rosas. El camino hacia la libertad y la felicidad, nos
llevará a librar una batalla contra algunos enemigos que se opondrán a nuestra
voluntad de cambiar y se interpondrán entre nosotros y la mejor versión de
nosotros mismos.
Pero nada de miedo, como en todas las
batallas, si conocemos al enemigo tendremos más posibilidades de ganar. Los
enemigos más agresivos que encontraremos a lo largo del recorrido serán tres. Costumbres o hábitos, miedo a lo desconocido y soberbia.
Empezamos hablando de las costumbres o
hábitos. Los hábitos son los principales agentes limitadores del desarrollo
personal en términos de cambio. Definimos, antes de nada, la personalidad como
aquello que los demás ven de nosotros: Se refleja a través de actuaciones,
posiciones y comportamientos.
Las costumbres representan el 1’80% de
nuestra personalidad (por tanto, de nuestro comportamiento). Hábito significa
reaccionar siempre del mismo modo ante una situación típica. No uso por
casualidad la palabra reaccionar . Las personas fuertemente metódicas se guían
por el modelo estímulo-reacción. Al producirse un estímulo, casi
automáticamente reaccionan de una manera consolidada, formada por innumerables
experiencias anteriores. Es esto lo que hace que la costumbre sea así de
fuerte: deriva del saber hacer, y
es el saber hacer lo que nos hace seguros. Una costumbre es automática: estamos en grado de hacer algo sin
pensar y por ello de hacer también otra cosa contemporáneamente.
Obviamente, debido a estas características, no todas las costumbres son
deseadas. El hecho de reaccionar siempre del mismo modo limita el campo de
elección de nuestras posibilidades sin darnos cuenta. A la larga dejamos de
buscar alternativas, pero nos concentramos en consolidar y afianzar mejor
aquello que exprimimos habitualmente.
El esfuerzo debería ser, en cambio, aquel
de pasar del modelo estimulo-reacción a un modelo más funcional de pensamiento
dónde al alcanzar un estímulo, donde somos capaces de valorar distintos tipos
de acciones y elegir la mejor, la más funcional a nuestra situación. Para ello
es necesario alcanzar un adecuado nivel de consciencia en nosotros y de aquello
que nos rodea, debemos ejercitar la creatividad y la intuición, y seguir
nuestros principios y valores. Estos aspectos nos ayudan a desarrollar
distintas alternativas entre las cuales poder elegir la mejor acción.
Busquemos un ejemplo. Si al experimentar
un estímulo como el hambre yo actuase siempre automáticamente cocinando un
plato de pasta con tomate, podríamos sobrevivir. Este es el modelo
estímulo-reacción, donde la costumbre es cocinar siempre la pasta, porque me
viene bien, porque soy un experto, o porque no se cocinar otra cosa. Ni quiero
aprender a cocinar ni me interesa siquiera saber más allá del estímulo- hambre
que siento.
Si, en cambio, al sentir hambre empezase
a razonar en otros términos, preguntándome, por ejemplo, qué hora es y si la
mejor opción fuese una merienda rápida o una comida sustanciosa. ¿Qué debo
hacer después de haber comido? ¿Debo trabajar? ¿Hacer la compra? ¿Hacer
deporte? ¿Dormir? ¿Qué puedo comer que no me perjudique la salud? ¿Qué puedo
cocinar con lo que tengo en la nevera? ¿Qué puedo cocinar para terminar las
cosas que están a punto de caducar, visto que uno de mis valores es no
desperdiciar nunca la comida?
Actuando de este modo, creamos distintas
posibilidades para satisfacer el estímulo del hambre, pero en un modo creativo,
ecológico y ajustado a nuestros valores. Estoy saliendo de la costumbre de
actuar siempre cocinando pastas. El ejemplo, repito, es apropósito banal, pero
ejemplificativo. Mucha gente reacciona así cuando debe llenar un agujero en el
estómago, pero no lo hace por cuestiones igualmente importantes o más
importantes aún. Muchas personas reaccionan siempre de la misma manera frente a
una discusión con su pareja, a veces gritando o poniendo morros, muchos de
nosotros actuamos del mismo modo cuando discutimos con un jefe o con un
empleado. Somos conscientes de ello, de hecho después nos arrepentimos y
decimos “siempre acaba así. Debo cambiar” o bien
“yo sabía que acabaría así, porque se como soy”.
No todos los hábitos son negativos.
Tenemos costumbres buenas, funcionales, y otras en cambio absolutamente
indeseables, de las que deberíamos desprendernos. El objetivo de nuestra vida
es vivir de la mejor forma posible, por tanto, cada uno, según sus propios
principios, ideales, valores sabe exactamente cuáles son los propios hábitos
que debemos mantener y cuáles, por el contrario, debemos cambiar o modificar en
el mejor de los casos. Bien, ahora probemos a cambiar los hábitos
perjudiciales.
Preparamos dos listas, la primera
contiene las costumbres que no nos gustan, son de las que debemos
desprendernos. Procedamos:
- Escribimos los hábitos que queremos eliminar o cambiar. No es
algo banal. Superficialmente podemos considerar que casi todo va bien,
pero reflexionemos mejor. Pensemos en todo lo que nos ha limitado en
nuestro éxito, en nuestro bienestar, en nuestra felicidad y en nuestra
salud. Pensemos en nuestros momentos de frustración y en su causa. ¿De
verdad no somos capaces de reconducir ninguno de estos aspectos hacia uno
o más hábitos?
- Motivación. Una vez encontrados los hábitos sobre los que
trabajar, los analizamos uno por uno de manera profunda preguntándonos:
¿cuál es la motivación que hay dentro de esta costumbre? ¿Qué nos da este
hábito que otros no nos dan? Escribamos al lado de cada una de las
costumbres cuales son los motivos que nos empujan a este comportamiento.
Identifiquemos qué necesidades satisfacen estos hábitos.
- Alternativas. Ahora que sabemos qué es lo que nos mueve a
comportarnos siempre del mismo modo y qué necesidades son cubiertas por
costumbres disfuncionales a eliminar, podemos trabajar para crear alternativas.
Encontremos algo que satisfaga las mismas necesidades, la misma
motivación, pero que sea positivo y funcional con nosotros y con los
nuevos valores que queremos aprender y con los antiguos que queremos
fortalecer.
A continuación la segunda lista; las
costumbres que queremos adoptar. Aquí la cosa es más fácil, decidamos y
actuemos. ¿Queremos practicar más deporte? Pues encontremos la actividad hecha
para nosotros, no la primera que encontremos, sino aquella que nos guste.
Probemos el gimnasio, correr, bicicleta, el tenis, la natación… en definitiva,
después de encontrar la actividad adecuada, busquemos un amigo con quién
realizarla. Al principio esta “alianza” nos ayudará a divertirnos y a mantener
la ‘obligación’ hasta que se haya convertido en un buen hábito. Cada cambio
importante es más fácil de afrontar con aliados a nuestro lado que nos ayudan a
seguir adelante y a permanecer concentrados en el objetivo. Ahora que
tenemos también la lista de los nuevos hábitos a asimilar. Comparemos las dos
listas. ¿Hay alguna de las “buenas” que puede ayudar a suprimir una de las
“malas”? Me explico: si en la lista de las “malas” estuviera ‘encender el
ordenador después de la cena para ver el correo del trabajo’ y en la lista de
las “buenas” hubiéramos escrito ‘pasar más tiempo con mi pareja’ me parece
fantástico. Olvidemos a propósito el portátil en el trabajo, en el coche o en
el garaje: cenemos, después pidamos a nuestra pareja sentarse a nuestro lado y
hablar. Veamos una película, o lo que sea, pero juntos. Realicemos cosas que
nos hagan sentirnos bien.
En conclusión, habituemonos a estar bien.
La última cosa. Si no queréis (o no lo
necesitáis) modificar grandes hábitos o costumbres, os aconsejo cambiar un poco
aquellas pequeñas manías. Cambiad cada poco de camino para ir al trabajo o a
hacer la compra, cambiad vuestro sitio en la mesa, modificad el orden con el
que hacéis las cosas cuando os levantáis: Es decir, acostumbrémonos a no ser
monótonos también en las pequeñas cosas, nuestro cerebro nos lo agradecerá.
Fabio Parietti
Traducción: Cristina Yuste Hernández
Como podéis observar, el artículo no está
relacionado con la ludopatía, pero creo puede servir perfectamente para nuestro
caso, como para cualquiera en el que sea necesario un cambio de hábitos y
costumbres.
Hasta pronto.