jueves, 6 de junio de 2013

Cambio de hábitos y costumbres.


Tema tratado el 27/12/2012.

Algunos ludópatas cuando llevan poco tiempo de rehabilitación (algunos meses) manifiestan que cambiar sus hábitos y costumbres significa para ellos mayor esfuerzo y trabajo que el dejar de jugar propiamente dicho.
Claro que si, a ellos y a todos los demás también. No pretendamos negar lo evidente, si cumplimos las normas y nos cerramos lo mejor posible las puertas de acceso al juego… dinero, tiempo, ocasión… Resultara fácil no jugar aunque se esté pensando en el juego de forma continua o reiterada al cabo del día. En cambio hacer las cosas de distinta forma a la que estamos acostumbrados, o buscar otras cosas que hacer, cambiar rutinas diarias que nos hacían sentir cómodos y seguros, aunque fuese de forma ficticia, como llevar encima más dinero de lo necesario, frecuentar ciertos ambientes, alternar con cierto tipo de amistades, mantener una actitud con la familia poco adecuada pero necesaria para el desarrollo de nuestra actividad como jugador, eso si trastoca la forma de vida de los últimos tiempos, seguramente de los últimos años, por lo tanto es lógico que cueste esfuerzo realizar estos cambios, pero esa misma lógica nos lleva al convencimiento de que son necesarios e indispensables.

Todos estos cambios se deben realizar desde la sinceridad y transparencia hacia los más allegados, ¿de que nos sirve querer mejorar nuestra calidad de vida, si no podemos disfrutar de ella por seguir con mentiras, ocultaciones o engaños?

Los cambios de hábitos y costumbres afectan de igual modo a todo familiar o acompañante que pretenda ser una ayuda óptima para el enfermo, pretender servir de ayuda al enfermo sin que esto conlleve cambios en nuestra propia rutina diaria, es pretender un imposible. El acompañante debe ser el muro donde se refugie el enfermo cuando hace las cosas bien y el muro donde choque y le detenga, si pretende hacerlas mal.

Ceder ante la insistencia en la demanda por parte del enfermo, en algo que sabemos es contraproducente para la enfermedad, bajar el nivel de control antes de que el enfermo esté preparado para ello, encubrirle en sus errores o facilitar que pueda cometer estos, es una forma pésima de prestar ayuda.
 El familiar que verdaderamente pretenda ayudar a su enfermo, no debe anteponer su comodidad a la seguridad de la rehabilitación y por lo tanto no debe exponer al enfermo a riesgos de tentaciones, por muy controlada que piense tener la situación, hasta que el enfermo no este en condiciones de asumir esas responsabilidades, que han de ser logradas de forma progresiva y pausada, nunca de golpe y apresuradamente. El dialogo es la mejor arma en manos del familiar, y la asociación y sus normas la mejor medida por parte de los dos, enfermo y familiar, para conseguir los resultados deseados, ante cualquier duda o problema planteado, la siguiente reunión de grupo debe ser el foro donde exponerlo y desarrollarlo, evitando con ello discusiones y malos rollos que solo tienden a reproches y a empeorar las cosas.
Hasta pronto.

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